viernes, 6 de febrero de 2015

Relatos: LA (CASI) SOLEDAD DEL (INTENTO DE) CORREDOR DE FONDO

En estos días de frío intenso (ya no sé si estoy en Madrid o en Helsinki), y un poco por llevar la contraria, he decidido poner un relato de los que pegan mucho. Uno de salir a correr, perfecto para estas fechas.
"Fear of the dark" by Stuart Anthony (CC BY-NC)

Quién no ha intentado alguna vez empezar a correr por el parque. Me cuentan incluso que hay algunos que lo hacen habitualmente. Yo no soy de esos valientes. Para mi, casi siempre es "mi primera vez" después de mucho tiempo sin tener el coraje de hacerlo. Y es que, hay algunos que no estamos hechos para el deporte. Cuando no fallan las piernas, fallan los pulmones, pero el caso es que, lo que para muchos es un paseíto, para mi se convierte en una auténtica batalla.

Esta es la historia de una de esas veces, en que un ligero trote acaba convirtiéndose en todo un viaje alucinógeno. Me visitarán mis ya queridos personajes y, ¿quién sabe?, quizá acabe enamorándome de la maravillosa voz de Jaqui (escuchadla, que merece la pena).

Sin más, os dejo con la historia. Ya, cuando dejemos de ser Siberia, a lo mejor me animo a una carrerita. Dicen que es como montar en bici, que no se olvida. Por si acaso voy a darme una terapia de oxígeno previa, que mucho no me fío.



La (casi) soledad del (intento de) corredor de fondo
Escuchando "Alone with a heart" de Jaqui Dankworth

«¡Hoy salgo a correr!»

Eso me he dicho. Que ya he engordado suficiente y la pereza ya me ha tumbado demasiadas veces. A pesar de que es una gran contrincante (campeona del mundo por KO directo al sofá en incontables ocasiones), hoy estoy decidido a salir victorioso. Aunque me gustaría no ser un superficial y luchar contra la dictadura de las tallas, cada noche tengo la recurrente pesadilla en que no me la veo, y eso puede más que cualquier idealismo.

Me pongo los guantes para sentirme Rocky, o eso me digo para no reconocer que los necesito, pues castañeo como un taladro a la mínima que me acaricia el viento gélido madrileño. Y es que aquí siempre hace un frío de mil pares; golpes de hielo que me traen a la memoria mi añorada Málaga, que no es la Claudia Schiffer de las ciudades, pero al menos te regala unos diciembres cojonudos, de solecito y chaquetilla, olor a mar y tufazo a sardina. Y entre tanta embriaguez nostálgica me disperso, me empieza a apetecer una cervecita, y si me lo pienso un poco más no salgo. Así que atravieso el umbral de la puerta rápido, para que no haya vuelta atrás.

Sí, estoy listo, que “nadie deja a Rocky en la esquina” (o algo así, que tengo mucha mezcla de pelis en la quijotera). Con una energía inusitada salto a la calle, únicamente para que el primer soplo me mate las ganas. Qué duro es ser un yogurín, pienso.

Ya en el parque, me preparo para empezar mi desafío. Veinte minutos que se van a hacer eternos.

Pongo el aleatorio del Ipod, que así es más emocionante (uno se busca las emociones fuertes donde puede). Un amigo me dice siempre que correr con música no es correr, pero como precisamente yo correr no corro (más bien paseo deprisa), supongo que esa regla no se aplica.
Además, escuchar las conversaciones metafísicas de los transeúntes, en las que “la vida es una mierda”, “Casillas parte la pana” y “pásame el porro, que la vida vuelve a ser una mierda”, como que no me dejan concentrarme.

Preparado para la acción, espero expectante que salga una canción que me marque el ritmo, para hacerlo más fácil, que toda ayuda es poca. Unos Killers o Rolling me valen, que yo vaya pie izquierdo, pie derecho y “plap, plap, plap” y ni me entere, que la carrera no me saque de las musas. En estas, me salta en el aparato Jacqui Dankworth, cantando “Alone with a heart”, una triste balada de Jazz, melancólica a tope. Aunque no pega ni con cola la dejo puesta, pues esa es una voz (¡qué voz!) que merece que baje el ritmo.

Al minuto ya me he enamorado de Jacqui, y eso que ni sé cómo es, pero cantando así será un bombón, seguro. Así que la pongo en ‘repeat’ para que no esté celosa de otras canciones. Escuchando la aterciopelada garganta de mi musa, no puedo evitar sentirme en medio de una película de Woody Allen (pero de las buenas, no la de “Vicky, Cristina..”). Me imagino justo en esa parte en la que pasan meses a ritmo de clarinete, y el tipo (o sea yo), que se ha quedado más sólo que la una, vuelve a su quehacer diario, pero siempre con la sensación agridulce de haber perdido lo que de verdad quería, que en esta historia sería el pibón de Jacqui, la cual se ha ido con la orquesta de gira, dejándole el corazón roto. Y ahí es cuando te meten la moraleja, para que luego vuelva con ella. Típico. Me digo a mí mismo que ese Woody Allen al final es un moñas (y es que me digo muchas cosas).

Enfrascado en mi affaire con la más hermosa de las divas del Jazz (ya noto como va creciendo el sentimiento en mí), me decido a acelerar el paso, más que nada porque andando no puedo seguir que me congelo.

"The runner" by BMclvr (CC  BY-NC-ND)
Siempre empiezo trotando suave. No es porque crea que es bueno, o porque luego vaya a acelerar, simplemente es que, si no lo hago de esa manera, estaré llamando a una ambulancia en tres minutos. Y ya me siento bastante humillado para que además me dé un patatús. De hecho, constantemente tengo con ver cómo me adelanta todo el parque, auténticos atletas olímpicos a mis ojos (y piernas). Concretamente, por el rabillo del ojo acabo de ver a alguien a mi vera. «Por favor que no sea…»
Efectivamente, me acaba de pasar una mujer de sesenta que me mira de arriba abajo con incredulidad. Qué le voy a hacer, la gente no entiende mi ritmo, mitad de camino entre gallina con Parkinson y tortuga parapléjica… pero ¡qué sabrán ellos!

Abandonando la idea de ser medalla de oro y con Jacqui susurrándome que sigue sola, se me viene a la cabeza el título de un libro: “la soledad del corredor de fondo”. No tengo ni idea de qué va y ya no me acuerdo ni de quién lo ha escrito, pero pienso que ese título me viene (casi) como anillo al dedo. Lo del fondo lo vamos a obviar, pero lo cierto es que, el único momento del día que realmente me siento solo, es cuando salgo a correr. Y eso mola. Sin un ordenador que te corrompa ni una tele que te adormezca, ni un "¿qué hacemos de comer?", ni una lavadora atrasada.

Aquí puedo estar a solas, teniendo una cita romántica con mi cabeza, donde juntos podemos poner en orden lo que hay montado hay dentro. Así, entre barrida y barrida, coloca que coloca, surgen los pequeños monstruos, los cuentos que tanto echaba de menos, y ellos “¡qué tal, cuánto tiempo!”, y yo en plan “es que he estado ocupado, con trabajo y eso”, y ellos “que vaya rollo, que te estás haciendo un viejales…”

Entre saludos y vítores, en medio de este aquelarre, me da por pasar a saludar viejas caras conocidas. Me encuentro con aquella aventura de Piratas que tanto me gustaría escribir, o la de ciencia ficción (apocalíptica ‘of course’) que tengo perfilada desde hace años. – “Me tienes abandonada”- me dice, y yo le insisto que no, que sólo es que estoy esperando el momento para pulirla. A sus espaldas le murmuro que es muy tópica y que se va a quedar criando malvas, aunque al segundo me siento mal por ella, no en vano pasamos muy buenos ratos juntos.

Me cruzo también con la odisea de aquellos ancianos que recuerdan sus rocambolescas peripecias en el psiquiátrico mientras urden un plan para conquistar a la sensual enfermera. Y con Klaus Cortender, el librero al que prometí continuar su historia. Me pide que le meta al menos en la historia coral de la cafetería vieja. Le digo que no sé de qué habla, y él insiste que sí, que es la del pueblecito costero, donde cada uno tiene su particular historia. Yo me río y le comento que se está liando que eso es Cheers, una serie de la tele.

Sólo espero no encontrarme con Alan y Jim, los soldados que están esperando que les resuelva la duda, de si vuelven o no a casa. Estarán armados, así que me aventuro a pensar que sí, que sí que vuelven (por la cuenta que me trae).

"The lonely runner" by Nick Kenrick (CC BY-NC-SA)
Entre charlas y reproches he conseguido dar la primera vuelta al parque. Me entran ganas de alzar las manos, como mi alter-ego en la peli. Pero me contengo, no vaya a ser que me cruce con alguien y de la vergüenza se me apague la imaginación, que, por ahora, va fluyendo viento en popa.

Durante un par de minutos más continúo a buen ritmo. Jacqui se está poniendo cada vez más melosa y eso se contagia en la reunión. Comienzan a presentarse al casting nuevas historias, y eso que ya no cabemos más. Las que vienen son un poco tristonas y no tienen mucha guasa ni dobles sentidos. Les digo que no pasan a la siguiente fase y se ríen y me dicen que volveré a por ellas, y yo lo sé, pero que esas risas ya las podían haber metido en el texto, que son unas tremendas. Al final siempre son las que ganan, pero hoy, con el espíritu deportivo dominando mi cuerpo, me siento con energías para atreverme a rechazarlas.

Ya casi he dado vuelta y media, y cada vez siento la cabeza más desconectada. «Estamos tirando del cable y se va a desenchufar».
El corazón va ya a velocidad de crucero, mucho más rápido que las piernas y todas las voces de la cabeza se van silenciando con el fuelle constipado de mis pulmones. Cada paso es un mundo, cada trote una nube negra que cubre (un poco más) todos mis pensamientos. Los invitados a la fiesta empiezan a abandonar la sala. “No quiero que os vayáis, lo estamos pasando en grande chicos”, pero cada vez cuesta más escucharlos, y los aplausos se han convertido en indiferencia.

En un momento incluso siento una punzada en el pecho, y ¡Ay!, veo que se cuelan en la reunión, como quien no quiere la cosa, el problema del jueves pasado, la discusión del curro, la cansina familia. –“¡Largaos malditos, que este no es vuestro momento!” –.

La cabeza pesa, el cerebro rebota. ¡Con lo ligero y divertido que era todo hace un momento!
En los últimos metros, sólo noto que sigo hacia delante, a un ritmo indescifrable, cual animal moribundo. La razón que crea monstruos, está missing, sólo duerme. Pero ya no importa, porque ya no duele, ya sólo corre el tiempo y las piernas son zancos de madera. Mi mente definitivamente se funde a negro y en este ‘the end’ sé que mi tiempo de inspiración ya ha pasado.

Casi sin respiración me detengo. “Ha perdido usted 310 calorías”, me dice la voz mecánica del Ipod. Prefería la voz de Jacqui. A este paso no la conquisto, tan guapa y tan buena ella, tan fofo y tan soso yo. Pero hay gente que nace para el deporte y gente que nace para el mando a distancia. Un tirón en los riñones me recuerda que no soy de los primeros.

Aún así sonrío. Al menos han sido veinte minutos disfrutando de la absoluta soledad. He podido saludar a mis demonios y encontrarme que siempre están esperándome, por mucho que me empeñe en enterrarlos bajo capas de razón, pragmatismo y nóminas a fin de mes.

La visita siempre resulta corta, y da poco tiempo para imaginar algo.

Esta tarde ha sido esta curiosa historia.



11 comentarios:

  1. El sofá, el gran enemigo del corredor de fondo, pero ¿cual es el equivalente para un escritor aficionado? Nos seguimos leyendo

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  2. Creo que el equivalente sería de nuevo el sofá (es que es el mismísimo demonio, porque cuando te entra pereza para escribir, te entran ganas de ver una película, o una serie, o un partido... y el sofá te está esperando con los brazos abiertos. Un abrazo!

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  3. Como dije en tusrelatos, me sentí identificado con el personaje. Cuando sales a correr, la mente se llena de cosas, y si además te dedicas a esto de escribir, esas cosas pueden ser muy interesantes. Logras evadirte de la realidad, al igual que ocurre con la lectura de este relato, y cuando terminas, es como si despertaras de un hechizo. La soledad del recorrido está llena de posibilidades, de nuevas historias, personajes, etc., y puede ser na buena opción para el bloque de escritor.
    Un relato muy bueno y divertido, Alejandro.
    Un abrazo.

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  4. Genial, me ha encantado. Me has hecho reír, me he sentido identificada (en lo de correr no, porque una vez que lo intenté creía que ms rodillas morirían). Yo utilizo la soledad del coche cuando voy conduciendo para recordar viejas historias, y cuando me viene la inspiración que se corta a la misma vez que giro la llave del coche. Un horror, porque mi memoria no es la que era. Un abrazo.

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  5. Gracias Ricardo y María. Un honor que os paséis por aquí.

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  6. ¿Sabes que pareces un psicológo? Qué bien cuentas los vaivenes del pensamiento cuando uno se queda a solas consigo mismo. Ese reencontrarse con tus personajes, que forman parte de ti, acompañado de una canción que te aísla de la realidad hasta que llegas a tu destino, apagas la música y vuelves a la rutina. Sencillamente genial. Te felicito, Alejandro. Un beso

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    1. No exageres, compañera. Esta es, simplemente una de las idas de olla que me dio cuando me quedé sin oxigeno intentando correr. Pero me alegra que te llegase. Tengo ganas de volver a esto y leerte un rato. Un gran abrazo.

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  7. Dicho y hecho. De cabeza me he metido en este relato, del que, alguna vez me has comentado que era de los que te dejaste llevar. Pues me ha encantado. Manejas muy bien el humor (algún otro te he leído). Es más, creo que tu "forma de pensar" tiende a situarse en el ángulo del humorista. El relato me ha divertido muchísimo y la forma en que has contado el debate interno, los viajes de tu imaginación mientras corres y el final, digamos "poco glorioso", de la carrera, denota un gran dominio de la ironía. Es cierto, por chinchar un poco, que le falta algo de corrección (algunas faltillas he visto), pero se lee muy bien y con una gran sonrisa. Gracias por el buen rato.

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    1. Me alegra mucho que te haya gustado y hayas disfrutado con esta muestra de mi enorme espíritu deportivo. Al hilo de lo que dices, creo que tiendo a sentirme bastante cómodo con el humor, aunque últimamento no me sale mucho. Y lo que me dices de las faltas, me muero de vergüenza, ahora mismo lo reviso (está escrito hace tres años, pero no es excusa). No te cortes en señalarme donde están, porque es un tema con el que tengo ciertos problemas, especialmente con los adverbios cuando son indirectos, que no me aclaro.

      Gracias a ti por el comentario.

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  8. Y el título con sus paréntesis muy bueno.

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  9. Pues fíjate: la he vuelto a leer y no he encontrado las faltillas que vi ayer. Hoy me ha parecido perfecta y me ha gustado aún más que ayer. Hoy me ha deslumbrado, de forma que no he podido verlas. Al fin y al cabo eso no es tan importante cuando son pocas y no afectan a la comprensión. Voy a volver a leer Helena y otras tuyas con calma y sin analizar, sólo por gusto. Ya comentaré cuando vuelva de la playa, porque no llevo ordenador y no me gusta escribir con un dedo.

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