miércoles, 17 de diciembre de 2014

Relatos: CAROLINA vs. 'THE HIPSTER' (The six evil words)


"Moustache Girl" by Alba Garriga (CC BY-NC-ND)
¡Qué bien me lo paso escribiendo relatos alocados! Y es que, muchas veces en las que estoy muy atascado, consigo quitarme de encima mi propio espíritu crítico y me pongo a escribir casi lo primero que se me viene a la cabeza. Claro, luego quedan unas historias bastante surrealistas y cargadas con un humor un tanto 'marciano'. Pero, y lo que me río con ellas...

Esta historia es un cuento de amor, de amor hipster (si no sabes lo que es, es que no pasas suficiente tiempo pegado a Internet, pero aún así lo puedes mirar aquí). Y es que Carolina, con sólo ver a uno de esos modernos con camisa de cuadros y gafas de pasta, se vuelve loca. 

¿Y cómo nació la historia de Carolina?  Pues como una parte de un proyecto perpretado por un compañero de la Agencia Tributaria de Astorga, Fernando García Crespo (podéis ver su blog aquí) que es experto en ‘liarnos’ a otros compañeros en sus experimentos a varias manos. En este, cada uno de los cinco participantes propuso una palabra diferente que había que introducir en cada uno de los relatos, aunque finalmente y acorde con lo surreal de los relatos, acabaron siendo seis palabras. Estas ‘six evil words’ como me gusta llamarlas (alguna era jodida de meter en el texto), eran las siguientes: Egoísmo, Onanismo, Escapulario, Rinoplastia, Gratitud y Congoja; y los cinco compañeros elegidos para dar forma a los relatos, aparte de Fernando, fueron David Martín, Ángel Zurdo, Eugenia Soto y un servidor. Mientras Fernando se centró en sus juanetes, David cayó preso de una secta de ex narizotas que habrían hecho sentir orgulloso al mismísimo Brian de los Python. Eugenia, por su parte, trató de ocultar una erección traicionera con una alcantarilla, al tiempo que Ángel montaba todo un conflicto internacional a causa de la capacidad de unos dirigentes por bajarse los pantalones. Y me cuentan que hasta Groucho aplaudió desde su tumba. Cuando llegó mi turno (que, como siempre, llegué el último), me peleé con las seis palabras y de ese combate mortal surgió este estrambótico y surrealista cuento, con pequeño homenaje a mis leales compañeros incluidos. 
Podían haber salido mil historias diferentes, pero, al final, mi amor por los hipsters acabó imponiéndose. Y es que están tan guapos con sus barbas de metro y medio...

*Nota: Espero que ninguno de los otros cuatro autores se moleste por hablar aquí de sus obras. De hecho, hablaré con ellos para publicar el resto de estas 'Six evil words'. Seguro que os van a gustar. 
*Nota2: La foto hace referencia al movimiento 'movember' que no sé si es hipster, pero si no, se le parece bastante.

Carolina vs. 'The Hipster'  Escrito en noviembre de 2014 escuchando "Do you think i'm sexy" de Rod Stewart

Me llamo Carolina y me gustan los hipsters. Hala, ya lo he dicho. Es cruzarme con uno de esos modernitos, con sus gafas sin cristales y sus polaroids del año de la polka, que me pongo a cien. Esta es la historia de cómo acabé ligándome a uno y que podría haberse titulado perfectamente “ten cuidado con lo que deseas...”

Es febrero, y por fin,  acabo de pasar la noche en casa de Hans. Él es mi vecino, el del 3ºC. Desde que lo vi, con su frondosa barba caoba y sus camisas propias de leñador de Kentucky, tuve claro que sería para mí. Y claro, al final pasó lo que tenía que pasar, porque yo cuando me pongo…

Aunque, ponerse lo que se dice ‘ponerse’, aquellos días me ponía poca cosa. Que si una camiseta de tirantes, que si una minifalda. Si se transparentaba algo, mejor que mejor. Todo lo que fuera para llamar la atención de mi esbelto Adonis alternativo. Que estuviésemos en invierno lo hacía un poquito duro, sin embargo también se ponían duros otros ‘elementos’, lo que no me venía mal para mi cruzada.
No es que me hiciese falta tanto adorno. Está mal que yo lo diga, pero una está hecha un bellezón. Sobre todo desde mi operación de rinoplastia, que me hizo pasar a la primera división de la estética. Con este cuerpo y la pequeña ayuda del escapulario que me regaló mi madre (que una es guapa pero no tonta, y cualquier apoyo extra siempre viene bien), ya nada puede fallar.

El caso es que me he tirado tres meses bajando religiosamente a las ocho y cuarto hasta el rellano del tercero, para poder coger juntos el ascensor. Y es que es tan guapo… Ataviado con sus gafas de pasta y su sombrero isabelino resulta una deliciosa mezcla entre un galán de novela de Jane Austen y un músico de festival de Benicasim (eso sí, con sus dosis de gimnasio).  
A fin de cazar a mi presa, dentro del elevador, me he soltado mi larga melena negra y le he dedicado la más tierna de mis sonrisas. Pero nada, ni se me ha puesto nervioso. Entonces he ido a por la mirada pícara… y tampoco. Y así los tres meses. Será que, como es alemán, no se cosca mucho. Diferencias culturales, supongo. O eso o que el ala ancha del sombrero le tapaba los ojos al pobre.
"Beard" by Juan Luis CC(BY-NC-SA)


Total, que en esas me encontraba, más ignorada que una vaca en una reunión de veganos, cuando de golpe me topé con la diosa fortuna. Resulto que mi deseado bávaro apareció un día con un libro bajo el brazo. Como ya me había quedado claro que no me miraba mucho, pude acercarme lo suficiente para ver el título: “Alexander vs. The Six Evil Words”. Y aunque como título era una bazofia, mi amor por el apuesto Hans bien merecía un esfuerzo. Así que me lo compré (me lo bajé), me lo leí (le eché un vistazo) y finalmente me preparé un buen discurso con el que entrarle a mi vecino. Lo cierto es que el libro no lo había entendido demasiado. No era más que las divagaciones de un “inteligente, joven y apuesto” escritor que, de repente, sentía un bloqueo superlativo cuando tenía que enfrentarse a plasmar en un texto seis diabólicas palabras. Evidentemente en medio había paja para llenar un establo. Que si una anécdota con unos juanetes por aquí, que si un incidente con una alcantarilla por allá, que si un culto religioso de antiguos narigudos. ¡Pero si hasta había un episodio de guerra entre dos países a causa de sus falos! No tiene que decir que el tal Alexander me pareció un degenerado con una insana obsesión con su pene, más a Hans le presenté el libro como el compendio más maravilloso que había leído desde la biografía de Leo Messi.

Evidentemente, mi barbudo quedó fascinado. A cada palabra que salía de mi boca respondía con un sonoro “Ja!”, que al rato descubrí que era un ‘sí’ y no la indicación de que estaba preparado para llevarme al catre.
Aún así, en apenas un par de horas, ya nos estábamos comiendo los morros en mi apartamento. Pero, ay, maldita mi suerte, que se empeñó en que continuáramos en su piso. Yo, claramente, no estaba conforme con la idea. ¡Qué tenía los condones en casa, decía! Pues nada, a lo loco, si total con tanto pelo que tenía no podía haberle entrado ningún bicho, digo yo. Aunque claro, luego fue pensar en cuatro retoños barbudos y gafapastas correteando por la alfombra, y como que me dio bajón, por lo que finalmente accedí a sus peticiones y fuimos a su piso. Por fin iba a acabar con mi etapa de onanismo salvaje, así que no estaba para poner tantas pegas.

Lo complicado vino después. Y ojo, no es que no me gustara la velada: Hans es un amante fantástico, que además le da un original uso a la polaroid. Lo que pasa es que yo ya me conozco, y ha sido hincarle el diente y enseguida he perdido el interés. Es observarlo ahora, roncando como un jabalí, y darme pereza. El chico no está mal, quizá algo hinchado y peludo como un oso grizzlie. Y esa barba, con ese color…

No es la primera vez que me ocurre, pero esperaba que esta vez fuera distinto. No sé, lo veía tan apuesto con el sombrero que me olvidé que para dormir todos los príncipes dejan de ser caballeros de brillante armadura para convertirse... en este caso, en un sapo pelirrojo.  

La solución parece sencilla, simplemente salgo por la puerta y si te he visto no me acuerdo. Además, lo que me voy a ahorrar en medicinas ahora que no me voy a tener que poner minifaldas en invierno, me lo invierto en meterme en ‘ligafacil.com’, porque lo que tengo claro es que no me tiro otros tres meses deshojando la margarita.

Lo que no os he dicho es que tengo un pequeño problemilla. Es una fobia de nada, le puede pasar a cualquiera. Una de esas tonterías que se van haciendo un poquito más grandes cada vez… En fin, mejor lo suelto. Mi problema es que soy absolutamente incapaz de dejar a alguien, menos aún si me encuentro en territorio enemigo. Ya puede tener la enfermedad más contagiosa, que ahí voy a estar yo para acompañarle en el calvario. ¿Qué no os lo creéis? Pues ahí está Roberto, mi último novio. La primera noche en su casa pues no estuvo a la altura de las expectativas (llamémosle decepción, llamémosle micropene). Para más inri, el tipo me resulto de lo más antipático y no muy agradable a la vista. Pues tres años. Tres jodidos años hasta que el tipo se cansó de mi. Y en todo ese tiempo no tuve ovarios de largarme. Y aviso para navegantes, ‘eso’ no crece por mucho que tires o que lo uses.

Por eso con Hans, la noche anterior, previendo mi posible desenamoramiento post-coital, había intentado minimizar los riesgos quedándonos en mi casa. Si me ocurría lo del bajón, sólo tenía que esperar a que fuera a su apartamento y cambiar todas las cerraduras de mi casa. Pero claro, al señorito se le tenían que olvidar los profilácticos en su piso y ahora me tenía bien atada, el muy estratega.

Y aunque ya me estoy poniendo nerviosa, sé tengo que mantener la calma. De todo se sale, y seguro que hay una manera de evitar tirarme los próximos años haciendo fotos de instagram y escuchando Radio 3. Tan sólo tengo que encontrar algo por lo que él me mire con otros ojos y se le quiten las ganas de volver a verme.
"[16:37] Polaroid" by Frank (CC BY-NC-ND)
Decidida a no rendirme, echo un vistazo por su apartamento, a ver si consigo inspirarme para mi plan. En las estanterías hay poca cosa: Un montón de cámaras de fotos antiguas, una máquina de escribir estilo ‘vintage’, una colección de vinilos…
¡Y pensar que a lo mejor me toca vivir aquí, todo el día escuchando música en sueco y sin volver a ver una peli de Brad Pitt!

Pero, de repente, se me enciende la bombilla. Si es que una, cuando le da por usar el melón, salen maravillas. Y esto no puede fallar.  Únicamente tengo que bajar y rezar porque esté abierta la tienda.

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Cuando se ha despertado y ha visto la tele de plasma de 40 pulgadas ha torcido el gesto y me ha mirado como si acabase de verme por primera vez. Con los ojos muy abiertos y la boca haciendo una mueca imposible, no sé si se está enfadado o le ha dado un ictus. Lo que parece claro es que ha funcionado. En cinco minutos estoy en mi casa con una patada en el culo.

Tras un buen rato sigue sin reaccionar. Ahí parado con los calzoncillos medio torcidos y la camiseta arremangada parece que se hubiese convertido en la estatua de un oso. Sólo le falta el madroño. Con cariño lo siento en su sofá de mercadillo y veo que va recuperando la compostura. No hay tiempo que perder, cojo el mando y enciendo el aparato. Le voy a poner ‘Sálvame’, ahí, sin vaselina. Si sobrevive a esto está claro que no es humano.

Al principio está como asustado. Cada vez que uno de los tertulianos pega un grito, el pobre chico da un bote en el sofá, como si aquellos energúmenos fuesen a salir de la pantalla para atacarle. Pero al rato, va el jodío y empieza a reírse. A cada bronca del programa se viene arriba y anima a su favorito como si fuese un combate de boxeo. Para colmo dice que el presentador de gafas es “mucho simpático”. Vaya, si al final va a resultar que Hans no es un alternativo sino una marujona.
Tras media hora de sufrimiento televisivo (para mí claro, él se ve encantado), decido apagar el cacharro y pasar a otra estrategia. Pero Hans tiene otra idea. Vuelve a encender el televisor, y como muestra de gratitud, me planta un apasionado beso que me deja sin respiración. Como era de esperar, acabamos haciendo el amor al son de “Andreíta, cómete el pollo”.

«Carolina, eres  un desastre, como te dejas  engatusar». Al menos tengo claro que ha sido un desliz. El chico se ha puesto, y por un momento se me ha olvidado que ya no me gusta. Pero no puedo perder la perspectiva de mi plan. Se me tiene que ocurrir algo. Desesperada, como un zorrillo atrapado en el cepo, la única salida que me queda es acudir a dónde están todas las respuestas. Así que, mientras Hans se recupera de nuestro encuentro, cojo disimuladamente el móvil y voy al portal de “Test & Women”, la revista que mediante un sencillo cuestionario puede decirte lo que necesitas en cada momento. Elijo el test, “Qué es lo que no le gusta a él” y lo relleno a toda prisa. En poco menos de un minuto tengo la respuesta en mis manos: “A muchos hombres les incomoda que actúes de manera masculina, para ellos la fantasía de verte…”
Ahí está la resolución del enigma. Con esto seguro que no quiere volver a saber de mí.
Con premura, salto del sofá y me dirijo a la nevera. Cojo una botella de ‘bio-cola’ (que para algo es un alternativo) y me la bebo del tirón. Sin dejarle tiempo para reaccionar, me acerco a su rostro y suelto mi eructo especial, ‘el Pompeya’, también conocido en ciertos círculos como el ‘dejarubios’. Su cara de terror confirma mis sospechas. Pero mi desesperación está lejos de terminar, y al momento cambia el rostro asustado y comienza a reír a carcajadas. Me hace un gesto de aprobación con el pulgar y eructa el también. Sin saber cómo acaba recitándome el abecedario (el alemán y el español) en un recital gaseoso que sé que tardaré años en olvidar. Como era de esperar, me vuelve a agarrar y me planta un morreo con sabor a bio-cola.
"Hipster Couple" by Chris Goldberg (CC BY-NC)

Y entonces yo me resigno. Sí esto no ha funcionado, tengo claro que nada lo hará. Ésta tarde  me pasaré por la tienda a comprarme camisas de cuadros y una cámara réflex retro. Por supuesto, empezaré a usar gafas de pasta. También tengo que buscarme un curso para aprender a escribir poesías profundas y agenciarme un perrete de esos chiquitines. La vida como hipster promete ser dura, pero una se acostumbra todo. En fin…
Al menos, con la decisión tomada, me he quedado más tranquila. Así que me he despedido con un tierno beso del que posiblemente sea mi futuro marido y me he ido a descansar a casa. Entrando por la puerta me he parado un momento y he analizado la situación. La palabra ‘síndrome de Estocolmo’ me ha venido a la mente como un rayo de esperanza. Con el tiempo, quién sabe, podría llegar a enamorarme de mi secuestrador. Por ello, para empezar con buen pie, he pensado en hacerle un regalo al soso de Hans. Algo que le deje sin habla, que le ilusione. A lo mejor así me ilusiono yo también un poquito.

Esta tarde he bajado a su piso a darle la sorpresa. Me ha recibido llenándome de besos y sin dejarme hablar, me ha sentado en el sofá. Ha desaparecido un momento, y al siguiente ha vuelto con el rostro inundado de ilusión y una guitarra en las manos. He tenido que aguantar veinte minutos de ese pesado tratando de cantarme la canción “Carolina”, fallando inexplicablemente en casi todas las palabras. «La durse nina Carolina, no tene edá pada hase el amón…». Pese a la ‘esplendorosa’ versión de mi (recientemente odiado) novio, he conseguido sacar fuerzas para darle el regalo. Cuando ha visto los dos billetes para Múnich ha puesto los ojos en blanco y se ha tirado al suelo echando espuma por la boca.

Mientras daba convulsiones gritaba cosas inteligibles en un lenguaje casi satánico. Muchos “nein”, algún “Merkel prostituten” y numerosas referencias al frío eran lo poco que conseguía descifrar. Mientras lo miraba haciendo su ‘numerito’ me pregunté cómo podía alguien tener tanto egoísmo para ponerse a hacer semejantes tonterías cuando te acaban de hacer un regalo de esta magnitud. Nada menos que unos billetes para que vayamos a su casa.
Por lo que se ve, los hipster y la educación no van de la mano…

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Ya han pasado seis meses desde que ingresaron a Hans por una crisis grave de ansiedad. Obviamente, a su regreso, no ha querido saber nada de mí. Y aunque al final, de manera involuntaria, conseguí mi objetivo, he empezado a echar de menos el encontrármelo en el rellano con sus inconfundibles pintas. Últimamente se ha hecho incluso más duro, pues ha empezado a salir con la chiquita del primero, una estudiante de intercambio muy mona, aunque, para que engañarnos, no me llega ni a la suela de los zapatos. Pese a tratar de evitarlos, más de una vez me los he encontrado en la escalera dándose besos o discutiendo sobre la vertiente superficial del cine de un tal Taroski o Tarkovi, un ruso que por lo que yo sé no hace películas con Brad Pitt.

Al verlos tan acaramelados, he sentido una punzada en el pecho. He subido a mi sexto piso casi arrastrando los pies y me he tirado al sofá. Al tiempo que me zampaba el nuevo helado del mes recomendado por “Test & Women”, he echado de menos el poder ahogar mi congoja viendo cualquier chorrada en la tele. Lo malo es que no tengo, y la única que he comprado en mi vida, la tiene el desagradecido de Hans, que estará viendo ‘Sálvame’ con esa mosquita muerta. Que suertuda la tía esa. Seguro que tuvo la fortuna de que la primera noche acabaron en el piso de ella. ¡Así cualquiera!

11 comentarios:

  1. uau! qué frescura, qué ritmo, qué divertido!

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  2. jajajjaj muy buena...muy graciosa

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  3. Ale t creces,es muy bueno y muy cachondo¡

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  4. Muchas gracias a todos. Nunca imaginé que Carolina tuviese tanto éxito. Esperad a ver cuando le toque salir con un vegano...

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  5. Te felicito Alejandro. Cómo has sido capaz de crear un relato tan simpático y refrescante con la dificultad añadida de buscar el contexto adecuado para esas seis palabras. La historia me parece muy original y la forma de narrar, de un ágil y divertido que te sales del relato casi sin dejar de reírte. En esa espontaneidad se nota el talento, pues el relato sale como si estuvieses contacto una anécdota con los amigos. Teniendo en cuenta, como he visto, que igualmente eres capaz de crear relatos mucho más "serios" y "trabajados", creo que tendrás el futuro que quieras como escritor.
    Por cierto, menuda idea la de incluir en el cuento ese libro que lee el hipster, je, je. Me parece un párrafo genial, pero ahora tendrás que contarnos otra historia sobre ese tal Alexander y su insana obsesión (¿?)
    Un abrazo

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    1. Gracias Isidoro. A veces me entran ganas de desbarrar y escribir paridas como esta o la de Star(dance)wars. Se lo debo a un crack que se llama Fernando García Crespo, que es un tipo del curro que, a través de la intranet corporativa, nos ha aglutinado a varios de diferentes partes del país y nos ha involucrado en las más diversas propuestas.
      Y sobre la historia del libro... Va sobre un tipo guapete, elocuente y para nada con un ego descomunal. Quién sabe, quizá algún día me salga contar la historia de como se quedó ciego de tanto mirarse el ombligo.

      Un abrazo Isidoro, y mil gracias por leer las historias. Te debo una visita ya a tus cuentos.

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  6. Cómo me he reído, Alejandro. Esta Carolina tiene unos golpes para partirse de risa. Es muy difícil escribir un relato de humor sin que quede artificial pero tú lo has conseguido. La escena de Sálvame es todo un puntazo. Te felicito y te mando un beso muy grande

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    1. Me alegro mucho que hayas conectado con Carolina, pues me planteo recuperarla algún día.
      Y de nuevo, agradecerte tu constante apoyo y atención. Son muy importantes para seguir en la brecha.

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  7. Un texto que nuevamente demuestra que no solo eres un crack en el drama, sino también en el humor. A través de un personaje muy bien construido, un personaje que desde el principio tratas con pulso firme y tienes clara su personalidad, nos narras, con una primera persona que describe la actitud de la chica, de una manera divertida, fresca y desenfada, la historia de una joven bastante indecisa. En la primera parte nos cuenta su desventura a la hora de tratar de conquistar al chico de su piso que le gusta, un Hipster al que describes como si fueras uno, aunque bueno, eso de meterte en la piel de cualquier personaje siempre ha sido lo tuyo. Finalmente consigue meterse en la cama del Hans, el Hispter, pero una vez logrado su objetivo, a Carolina deja de gustarle, y empieza una trepidante segunda parte, al mismo nivel que la primera, cuya trama principal es el deshacerse del joven. Asistimos así a varios métodos ''anti hipsters'' que dan resultados fallidos, lo que acaba por desesperar a Carolina y a rendirse a su futuro junto a Hans. Y llega la tercera parte, en la que se produce lo buscado durante todo el texto, pero esta vez sin buscarlo. Carolina consigue deshacerse de Hans, sin querer, y tras unos días, Hans empieza a salir con otra chica. Aquí aparece de nuevo la actitud contradictoria y un tanto egoísta de nuestra egocéntrica protagonista quien, al ver a su Hipster con otra chica, los celos comienzan a corroerle por dentro.
    Un abrazo, Alejandro.

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  8. Gracias Ricardo, ¡menudo análisis! Me alegra que el texto te haya enganchado y hayas pasado un buen rato. Un abrazo.

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