miércoles, 24 de diciembre de 2014

Relatos: PORTAL JURÁSICO (Especial relato navideño)

Comer hasta reventar, un rato frente a la chimenea, un par de roscos de vino y a la cama. A dormir con un ojo abierto por si pillabas a Papá Noel o a los reyes en el momento en que se colarán por la chimenea (¿Cómo no se queman?, pensabas entonces). Así han sido muchos de los 24 de diciembre durante mi
"Joseph Wu Origami T-rex" by Stewart Butterfield (CC BY)

infancia. Con la esperanza de ver al barbudo colocando los regalos y los nervios de si me traerían el tigre de he-man con el que sería el rey del recreo. Y luego llegaba la mañana, y la decepción de no haber cogido 'in fraganti' al susodicho, se disipaba en el momento en que descubrías los brillantes papeles de regalo rodeando el árbol. Los saltos por el salón y la excitación al destrozar el papel. El grito "¡Lo que había pedido!" y los churros con chocolate. Los montajes de scalectric y el resplandor del balón nuevo. Sensaciones que, por mucho que pasen los años, nunca desaparecen.

A pesar de que, por ésta y muchas otras razones, no puedo decir eso que queda tan bien de "odio la navidad", si puedo afirmar que me cuesta un mundo escribir algo relacionado con estas fiestas. Será que no me siento cómodo imaginando historias con ese punto dulce y positivo tan propio de la época. Por eso cuando ,de la redacción de la Ventana Digital de la Agencia Tributaria, nos pidieron escribir un relato navideño, noté como los sudores fríos empezaban a hacer acto de presencia.

Y en esas estaba, dándole vueltas a la idea, cuando un recuerdo de otros tiempos, cual fantasma Dickensiano, me asaltó la memoria. Y de ese (añorado, querido) recuerdo, salió esta historia. Seguro que mi hermana pone una sonrisa cuando lo lea.

Espero que disfrutéis el cuento, os riáis con él, y, por descontado, paséis una genial navidad. Y a los que no os gusta, ya sabéis, si no puedes luchar contra ello...

Por cierto, lo de dormir con el ojo abierto no funciona, no hay dios que los pille, ni al gordo colorado ni a los magos en camello. Este año voy a instalar una alarma para pillarlos. No puede ser que se acabe el año de las selfies y yo no tenga la mía con semejantes 'celebrities'.

Portal Jurásico           Escrito en diciembre de 2014 escuchando "Jurassic Park Theme" de John Williams

Se había levantado una mañana tranquila en la pequeña aldea de Belén. Las madrugadoras ovejas comenzaban a subir al monte de barro y los ríos de plata recorrían de norte a sur el silencioso paraje. «Todo tan aburrido como de costumbre», pensó el joven Dios.

Bajo la luz color tungsteno los aldeanos ponían a secar su ropa y las gallinas paseaban sus crestas erguidas por la artificial hierba. Los pescadores, incansables trabajadores, se sentaban a la orilla del brillante caudal. Aunque hacía años que los peces no daban señales de vida, aquellos hombres no habían perdido el buen ánimo, y, cada amanecer, salían a colocar sus cañas de plástico en busca de quién sabe qué. Lo único que parecía nadar en aquellas aguas eran un par de tortugas armadas como ninjas y vestidas con ridículos antifaces que tanto gustaban al bromista creador.

Aquella mañana, como tantas otras, Joan se había rezagado de sus compañeros. Aquel extranjero, siempre ataviado con su característico gorro bermellón y su camiseta pintada de blaugrana, tenía la extraña costumbre de hacer de vientre antes de la jornada de pesca. Al principio, al resto de sus camaradas no les había hecho mucha gracia, pero tras un tiempo, las escapadas de Joan se habían convertido en un elemento más del entorno de la ciudad y nadie le daba importancia. Simplemente, miraban para otro lado cada vez que se separaba del grupo para colocarse tras unas rocas. Por ello, jamás habían visto la cara de absoluta felicidad que el tipo ponía en aquellos momentos y que tanta risa daba al todopoderoso. Más aún desde que Joan se había quedado con cara de bobo, prendado de la cegadora estrella que desde hacía días volaba sobre su cabeza.


Y es que, sólo unos metros por encima de de tan pintoresco personaje, el brillante astro de acuarela colgaba suspendido en el aire, casi como un cuadro pintado en un cielo azul metálico. Siguiendo su estela, unos hombres cubiertos en túnicas de seda recorrían en camello las dunas de arcilla. Eran tres astrólogos (¡y reyes!...¡y magos!), a cada cual más diferente. Estaba el anciano Melchor, que encabezaba la marcha, con su resplandeciente pelo blanco y barba inmensa. Lo seguía otro un bastante más joven, con mechones de cobre y nariz chata, al que algunos llamaban Gaspar y que antes de aquel viaje era conocido como Ken, el “amigo” de Barbie. Pero, si había alguno que llamase la atención, ese era el último. Negro como el regaliz, Baltasar era un tipo enorme, con gran sonrisa blanca y del que contaba la leyenda era querido por todos los niños del mundo. Así lo había entendido el divino creador, que lo había hecho cargar con paquetes brillantes y le había otorgado el único de los tres camellos que conservaba todas las patas.
Los tres llevaban días caminando y aún les quedaban varios metros para llegar a su destino. A lo largo de su camino habían ido proclamando que la estrella les guiaría al lugar donde habría de nacer el futuro rey de los judíos, el cual, sorprendentemente, no se haría llamar como ningún otro, ni Ramsés, ni David, ni tan siquiera Borbón. Y es más,  aquel niño sería el que cambiaría el destino de todos los pueblos, crearía su propio club de fans y sería el artífice del mayor éxito editorial, más incluso que el quijote o los pilares de la tierra.

El destino de los magos se encontraba al fondo de la ciudad. Bajo unas tablas de madera rudimentariamente colocadas, un par de animales daban calor al recién nacido. “Es el hijo de Dios”, proclamaba la madre. José, el supuesto padre, más reticente, ponía cara de sospecha y miraba con mala cara al angelito que colgaba cosido del techo. Al joven Dios le hubiese gustado decir que él mismo no tenía nada que ver, que como mucho era su primo, pero ya se sabe, lo mejor es que los humanos no hablaran directamente con el santo hacedor, fuera a ser que perdieran la chaveta.

Así que con su paternidad recién heredada, la divinidad  dejó que aquella mujer siguiese afirmando no sé qué de un palomo y que el ángel pusiera esa sonrisa pícara que tanto tocaba la moral al buenazo de José.

Así, entre la cotidianeidad del día a día y la ilusión del nuevo recién nacido, la mañana en el poblado de Belén continuó con su ritmo cansino y aburrido.

Pero en un instante la apacible vida de los aldeanos dio un escabroso giro.

Fue como una sombra que lo cubrió todo. Durante unos segundos, pareció que el sol hubiese sido engullido por un agujero negro. Muchos de los ciudadanos creyeron que se trataba de una señal de buen augurio. No en vano, aquellos extraños astrólogos celebraban que el mesías había nacido en esas tierras, y aquello no podía traer más que prosperidad. Mas esa sensación de alegría se esfumaría bien rápido, como la bruma en un día de verano.
En el momento en que el Tiranosaurio Rex agachó la cabeza y mostró sus afilados colmillos, las sonrisas se convirtieron en gritos de terror y carreras sin rumbo.

El primero en caer fue el pobre Joan. Entretenido como estaba con su proceso evacuativo, no tuvo tiempo de salir corriendo como los demás. Su rostro, siempre sonriente, tornó en una mueca de absoluto terror en el momento en que las fauces del animal cayeron sobre él. El tiranosaurio ni siquiera tuvo que masticarlo y el hombre acabó en un santiamén dentro del estómago de la bestia.

Ante tal panorama, los pescadores trataron de sumergirse en el río, sólo para darse cuenta de que aquel brillante riachuelo no les dejaba hundirse, por lo que quedaban a merced de la voracidad del dinosaurio. Éste no tardó ni un minuto en devorarlos a todos. Como si de un recogedor se tratara, abrió su enorme boca y empezó a correr por el meandro, introduciendo a los aterrados pueblerinos en su mandíbula con una facilidad pasmosa.

Los siguientes fueron los reyes magos. Sus patizambos camellos no fueron rivales para las enormes zancadas del Rex. En un instante ya los tenía arrinconados contra una esquina del desierto, suplicando por sus vidas. “¡Si me dejas vivir te regalaré oro!.. ¡Y yo incienso!... ¡Yo birra!” Al tiranosaurio sólo le convenció el último argumento de Baltasar, que gracias a su acento se había salvado de una buena. Para cuando el bicho se hubiera percatado que en vez de cerveza, le había ofrecido un ungüento perfumado, el rey mago favorito de los niños, estaría ya bastante lejos de la ciudad de Belén.

Con los otros dos astrólogos ya digeridos, el dinosaurio posó la vista sobre su último objetivo. Los llantos de aquel niño le habían vuelto a abrir el apetito, y, además, el burro y la mula que lo custodiaban iban a ser un delicioso acompañamiento. «Menuda brocheta se va a hacer», pensó Dios entre risas.

De repente, un sonido horripilante sacudió la, ya de por sí convulsa, escena. Incluso el tiranosaurio se quedó petrificado, lamentándose no tener los brazos más largos con los que taparse los oídos. Y es que aquello parecía, lo menos, el grito de un gigante enrabietado. Y por los decibelios que producía debía de ser mucho más grande que el dinosaurio. A cada berrido, las montañas temblaban y el río de plata se arrugaba aún más si cabe. Los aldeanos que aún no habían sido devorados comenzaron a correr a sus cabañas, tratando de esconderse de tan magnánimo estruendo que prometía multiplicar las dosis de masacre y destrucción. Incluso el joven creador sintió como el miedo le recorría la espalda.

"dinosaur suprise party" by andrea (CC BY-NC)

Definitivamente, los gritos de la pequeña Susana hacían temblar a cualquiera, y el pueblo de Belén no era excepción. Conforme se acercaba a la representación, el grito se hacía más y más contundente, amenazando con sepultar el pueblo bajo un montón de escombros.

—¡¡¡Mamáaa!!! ¡Felipe ha vuelto a tocar el belén! — berreaba el monstruo.

El Dios Felipe, con la cara descompuesta, agarró a toda prisa al tiranosaurio y se lo escondió debajo de la camiseta. Había que salvar como fuera al rey de las bestias.

— A ver… que es lo que pasa ahora — respondió la madre con pereza.

— ¡Qué Felipe ha puesto otra vez al ‘ninosaurio’ en el belén! — en ese momento comenzó a sollozar — ¡¡Y encima se va a comer al niño Jesús!!

— ¿Es verdad, Felipe?—preguntó la madre inquisidora.

Para ese momento, el que hasta hace un momento había sido Dios entre los hombres, tartamudeaba buscando una respuesta.

— Es que… el Belén si no le haces nada es muy aburrido, siempre igual.

— Pero a tu hermana le gusta así. ¿No ves que tú ya eres muy mayor para andar fastidiándola?

— Bueno… pero mira, también he puesto al Ken de Susana, así que se tendría que poner contenta, ¿no?

Felipe señaló al fondo del belén, donde el muñeco de su hermana yacía descabezado tras su encuentro con el tiranosaurio. Al ver al “amigo” de su muñeca favorita en tales condiciones, la niña se puso a llorar aún más fuerte. La madre se llevó las manos a la cabeza, como unos minutos antes habían hecho los pobres aldeanos ante el mismo berrido. Quedaba claro que el joven Dios no se iba a librar del castigo de sus superiores.

El tiranosaurio fue confiscado un mes hasta que pasara la navidad. Para colmo, las pobres tortugas ninja, que no habían hecho nada, acabaron también en el cajón de los juguetes requisados. Pero Felipe no iba a rendirse. Dónde el tiranosaurio había fallado, el tigre dientes de sable conseguiría su objetivo.
El portal de belén pronto sería territorio de las bestias.


3 comentarios:

  1. Gracias por este regalo de navidad!!

    ResponderEliminar
  2. Alejandro, aprovecho este huequito en tu magnífico relato para desearte Feliz Navidad. Que sigas escribiendo tan bien, porque tus relatos son auténticos regalos, y no te abandone el don de darnos a conocer a los niños, que se te cumplan todos tus deseos. Un besazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ana, muchas felicidades a ti también. Espero que estas fiestas puedas inventar muchos relatos.

      Eliminar