sábado, 24 de enero de 2015

Relatos: EL VALLE DE IA DRANG

Y aquí os traigo por fin mi relato de corte más cinematográfico. Ambientada en el Vietnam de 1966, la historia nos cuenta una noche de celebración en medio de Saigón. Sí, sé que suena muy tópico, pero os pido que le deis una oportunidad.

No es ningún secreto que me encanta el cine y todo lo que tenga que ver con el medio audiovisual. Ya os comenté en la primera entrada del blog que supone mi mayor influencia a la hora de sentarme a escribir. Pero lo cierto es que, con el paso de los años, me he dado cuenta que esto también tiene su lado peligroso. Y es que resulta muy fácil dejarse llevar por los lugares comunes que tanto abundan en las películas. Y es que, estos 'tópicos' de los que os hablaba al principio, pueden arruinarte un relato que, hasta el momento de su aparición, te estaba quedando de fábula. Mirando escritos de hace siete u ocho años tengo la sensación de que lo único que hacía era reproducir en papel las escenas que me habían fascinado en la pantalla. Y claro, eso hace que te salga algo impostado, artificioso, lo suficiente para que no sea algo 'tuyo'.
Por eso, cuando me puse a escribir esta historia, traté en todo momento de aportar mi propia visión del tema sin caer en los clichés de las películas que había visto sobre el conflicto.  No estaba especialmente interesado en retratar tanto la locura de la guerra en sí, como  centrarme en aquellos que la integraban. Me planteaba que, antes de que los conflictos se profesionalizaran (al menos en occidente), aquellos que eran enviados a la guerra, no serían sino chavales recién salidos de la adolescencia, los cuales seguramente estarían más interesados en coches y en ligoteos púberes que en coger un fusil. No digamos ya  de los vietnamitas, agricultores muchos de ellos, atrapados en un conflicto en el que se mezclaban luchas internas y la absurda pelea ideológica del capitalismo frente al comunismo.
OPERATION "YELLOWSTONE" VIETNAM, Following a hard day, a few members of Company "A," 3rd Battalion, 22nd Infantry... - NARA - 530617Al coger el ordenador y escribir durante dos noches seguidas, empecé a obsesionarme con huir de los tópicos que podían convertir la historia en un desastre. No en vano, no he vivido nada parecido (por suerte), por lo que era muy fácil que cayese en los lugares comunes. Leído ahora, dos años después, creo que no lo conseguí del todo. Aún así, sigo teniendo un gran cariño por esta historia. Y con sus defectos, es de los relatos de los que me siento más satisfecho. Además, fue la primera vez que me apoyé en los diálogos de una manera tan importante, algo que, a día de hoy, hago en casi todos mis escritos.
Espero que disfrutéis de esta lectura, os sumerjáis en los personajes y me digáis que os ha parecido. Se agradecen las críticas y comentarios.

Y, aunque esto suene a tópico, gracias por dedicarme unos minutos de vuestro tiempo. (Y perdonad la inactividad de estos días).


El valle de Ia Drang          Escrito en 12- 2012 escuchando "Kashmir" de Led Zeppelin y "The end"  de The Doors

Jamás olvidaré el día en que el vicepresidente Humphrey mandó una carta en la que nos felicitaba por la labor realizada en pos de la liberación de la república del Vietnam. Para la mayoría de los chicos fue una velada de borrachera interminable que acabaría bajo las sabanas de alguna prostituta, pero para mí fue la noche en que encontré a Jim Woodsbury con su rifle metido en la boca. 

—¿Qué haces aquí? —Me dijo con voz seca. —¿Por qué no te das una vuelta por ahí?

Ni siquiera se giró. Allí estaba, sentado en el oscuro tocón de un árbol talado. Tenía el rifle de asalto apoyado en el suelo apuntando verticalmente a su cabeza. Las tenues luces de la cabaña a nuestra espalda, improvisado local de alterne, apenas reflejaban una suave luz amarilla sobre nosotros. Jim miraba en dirección contraria, con la vista perdida en la enormidad de la oscuridad selvática, así que no pudo ver cómo me temblaban las piernas hasta tal punto que tuve que hincar la rodilla para no caerme. Intenté ponerme en pie, pero el cuerpo no respondió. La cabeza me daba vueltas y la imagen de mi amigo se hacía cada vez más borrosa. 
“Mierda, demasiado whisky”, pensé mientras dejaba caer la botella junto a mí.

Nos habíamos conocido hacía poco más de un año durante la instrucción. Era un chico fuerte, de labios grandes y ojos claros. La permanente sonrisa y sus interminables pecas me parecía que le daban un aspecto bobalicón, pero allí todos habíamos llegado con cara de desconcierto, así que, era bastante probable que más de uno hubiera pensado lo mismo de mis ojos pequeños y mi nariz achatada.

El kilométrico barracón donde pasábamos las horas consistía en una interminable fila de literas como un gran mar blanco del que jamás se podía ver donde acababa. Y el resto del campamento era más de lo mismo. Todo allí daba la sensación de no tener final. Hileras de dianas donde practicar tiro, metros y metros de alambradas para ensayar la infiltración y cientos de platos perfectamente colocados a la hora de la comida.

Fue así, entre potaje y potaje, como acabé hablando con Jim ‘El Granjero’. Yo venía de la cosmopolita Chicago y él jamás había salido de su granja en un pueblo de Colorado. Yo escuchaba a Elvis y Chuck Berry, mientras que él tarareaba canciones populares cuando cuidaba de su rebaño de vacas.
"There is no captain of my heart" by Andreas Fusser (CC BY-ND-NC)
Pero a pesar de nuestras diferencias nos habíamos llevado bien desde el principio.
A los dos nos gustaba contarnos cómo éramos antes de todo aquello.

Yo disfrutaba describiéndole la majestuosidad de la ciudad; sus puentes gigantescos, sus ruidosos trenes, sus deliciosos restaurantes. Aunque siempre acababa contándole como viví el día que nos llamaron a filas. A mí, aquel anuncio me había pillado comiendo una hamburguesa doble en el ‘Louie’s’ con Lana. Había tenido el día libre en la imprenta, por lo que, aquella mañana, cogí el teléfono y la llamé, a la chica más guapa del barrio. Mi esperanza era que, a cambio de pagar todo lo que ella quisiese comer (batidos incluidos), me dedicase un rato. Había estado entrenando durante semanas las palabras exactas para que quedara rendida a mis pies, y tenía la sensación de que antes que acabara la comida conseguiría una cita con ella.

Cuando el presidente Johnson apareció en televisión, el bar se quedó mudo. La única que abrió la boca fue una mujer mayor haciendo referencia a que Kennedy había sido mucho más guapo.
Dos semanas después estaba embarcando en un lujoso buque de guerra con un montón de promesas de cartas y arrumacos a la vuelta. Pensándolo bien, no había ido mal el tema con Lana.

Cada vez que le contaba esa historia, Jim me escuchaba con suma atención. A veces tenía la sensación de estar dando clases a un niño enamorado de su profesora, que en este caso era yo. Pero como al final siempre acababa hablando de su prometida, ese pensamiento se evaporaba como si nunca hubiera existido.

Se llamaba Teresa y solía parlotear de ella durante horas. Se habían prometido amor eterno tras perder ambos la virginidad escondidos en la parte de atrás de la furgoneta del padre de ella. Era la más buena, la más bonita y la más dulce del país, todo claro, según las palabras de Jim, aunque lo que más nos llamaba la atención era cuando hablaba de sus tetas. Para él eran más grandes que las de las vacas que tenía a su cargo. Aún me río cuando recuerdo al tirillas de ‘lombriz’ echar el puré por la nariz mientras se tronchaba al ver como ‘el granjero’ movía la cabeza de un lado a otro para mostrarnos lo a gusto que se estaba en los prominentes pechos de su Teresa.

Lo cierto es que, aparte de Jim, ya no recordaba cómo se llamaban el resto de los chicos. Allí nadie se conocía por su nombre de pila. Yo, a pesar de estar en buena forma física, tener una estatura media y ningún defecto aparente, no me había librado precisamente. Me había tocado el dudoso honor de ser el “limpia culos”. Y es que, los primeros días de la instrucción, aún tenía las manos negras como el hollín de limpiar las cubetas en la imprenta. Pero, con los días, se me habían puesto del color de todo el mundo, entre marrón y blancas por el polvo, con manchas oscuras por aquí y allá de la pólvora. Así que debido a eso, y a que los chicos ya me habían cogido cariño, me quedé con la versión corta del apodo y pasé a ser ‘el limpio’. A Jim le había caído el de ‘granjero’ por razones evidentes. Siempre pensé que había tenido suerte y que lo normal es que gracias a su Teresa le hubiera caído un mote relacionado con los pectorales de su prometida.

Me había asegurado que sería su padrino y ya podía imaginarme a la novia, gorda como un sollo, con los enormes pechos apretados en el vestido, y a todas las vacas mugiendo a modo de coro. Además, pensaba pedirle a Lana que se casara conmigo dentro de algún granero en el que planeaba colarnos, justo después de hacerle el amor toda la noche.

Pero esa noche todo cambió.

Y eso que había comenzado de manera muy distinta: en el centro de la plaza, junto a la fogata, celebrábamos el primer reconocimiento oficial a la tropa. Aquello era algo grande, suficiente para que los altos mandos nos dieran vía libre para hacer lo que nos viniese en gana. Y los chicos y yo lo estábamos aprovechando. En los últimos meses ya no estábamos tan animados como al principio; los días pasaban lentos y el país que veníamos a salvar estaba lleno de gente deseosa de clavarnos un puñal al primer descuido.

Los ojos empezaban a escocerme con fuerza, pero no me apetecía dejar de mirar al fuego. Siempre me habían maravillado las brasas, grises y naranjas, que parecían pequeños gusanos incandescentes intentando escapar de su terrible destino sin conseguirlo. A mi lado, las risas resonaban casi huecas, inundando el aire de chistes de tetas, de coroneles y de chinos, haciendo que a aquello pareciera más un patio de colegio que una ciudad en ruinas.
Por fin había dejado de llover en Saigón y en los altavoces de la plaza sonaba otra vez el último single de los Kinks, que cantaban, una y otra vez, lo a gusto que se estaba tirado en una soleada tarde de verano. Allí, en cambio, era otoño, corría el año 66 y, por un rato, sólo éramos unos chavales, que alrededor de una hoguera bebían whisky y se olvidaban de la guerra.

Allí estaban todos: el bocas, lombriz y apestoso; cacerola, manitas y Clark Gable, que tenía sujeta con el brazo a una prostituta bajita y de piel oscura (y ni por asomo parecida a Escarlata O’hara), que no dejaba de jugar con el bigotito que daba nombre a mi amigo.
Cacerola alzó su botella y se puso la mano en el pecho. Estaba bastante gordo, y su alborotado pelo rubio no hacía que pasara desapercibido, aunque llevara el casco hasta para ir a las letrinas.

— Brindo por el Coronel Graves, que le pone banda sonora a nuestras vidas —gritó con solemnidad y con síntomas evidentes de llevar ya una buena cogorza.

Era cierto que Graves era el responsable de que aquella noche sonaran unos ingleses y no reinara el silencio en la plaza.
Al contrario que otros altos mandos, el coronel no estaba de acuerdo con las pastillas y demás drogas, conocido tratamiento para subir la moral y aguantar la presión. El viejo, todo nariz y bigote de un blanco cegador, opinaba que aquello era de cobardes, que sólo con sentimiento saldríamos victoriosos de la contienda. Supongo que al hilo de eso le vendría la idea de colocar altavoces por todo el centro de la ciudad y llenar nuestros oídos, día tras día, de canciones que nos recordaran a casa. Alguien debería haberle dicho que casi todos los vinilos que ponía eran de grupos británicos y no americanos. Pero había que reconocerle que el hecho de ver caer uno tras otro a aquellos Vietcongs con cara de mala leche, al ritmo de la voz de Mick Jagger clamando a los cuatro vientos que no conseguía tener satisfacción, resultaba una visión que levantaba cualquier ánimo. Y si lo mezclábamos con ácido, más aún.

Tras unos cuantos tragos, la cabeza ya me daba vueltas. Había planeado pasar la noche con alguna de las chicas de Saigón, alguna jovencita y no tan fea como la de Gable, pero en ese momento sólo podía imaginarme a Lana, empujando a las señoronas de la Avenida Michigan, en la primera fila, buscando un hueco privilegiado para observarme en el desfile de regreso. Me había masturbado cientos de veces pensando en sus ojos llenos de orgullo y sus labios suplicantes.
Y luego le diría que teníamos que viajar a Colorado, y ella estaría encantada, que además de tener un héroe por novio le regalaba viajes.
Además a Jim le iba a encantar, eso era seguro.

Hasta ese momento no me había percatado de que mi compañero no estaba con nosotros.

— Oye, ¿habéis visto al 'granjero'?

— Estará en la caseta, tirándose a alguna vaca vietnamita. —Bocas sonrío ampliamente mostrando unos torcidos dientes amarillos.

Todos empezaron a reírse a carcajadas. Cacerola incluso se tiró al suelo mientras se retorcía como si le hubiese dado un ataque al corazón.
No pude evitar sonreír. La broma tenía su gracia.

US-Army-troops-taking-break-while-on-patrol-in-Vietnam-WarTodavía algo mareado por el alcohol comencé buscar a mi amigo. Las putas estaban bien, pero no sabía cuanto más podría aguantar sin desmayarme y quería celebrar este día con él. A cada paso que daba me temblaban un poco más las piernas. Un paso y otro, y la mano apoyada contra la madera. La cabeza giraba como un tiovivo y de golpe sentí unas enormes ganas de reír al recordar un chiste que había contado Clark Gable a costa del tamaño del culo de la tipa que tenía recostada del brazo.

De repente, me pareció oír algo a lo lejos. Aquello me sobresaltó. Tenía que mantener la calma en el caso que se tratara de un maldito ataque de los “Charlies”. Unas gotas de sudor, frías como el metal de un rifle, empezaron a bajar por mi sien. Me acerqué a donde procedía el ruido intentando recordar todo el entrenamiento de infiltración que nos habían enseñado, pero era consciente que mi vaivén etílico llevaría al traste cualquier intento de pasar desapercibido. A pesar de ello, decidí seguir adelante y descubrir de qué se trataba.

Fue entonces cuando le vi. Cuando vi a Jim con el arma a punto de volarse la cabeza. Cuando me dijo que me largara y no pude hacer más que caer de rodillas.

— ¿Es que no te vas a largar? —la voz de Jim sonaba firme, enfadada. ¿Le habría hecho algo yo? ¿Era yo el causante de que tuviera su arma pegada a la mandíbula?

Traté de calmarme. Ya no sólo eran las piernas las que temblaban. Los brazos, las manos, el pecho entero… ¡demonios! Mi cuerpo entero bailaba descontrolado como si estuviera siendo devorado por termitas.

— Eh, eh... yo sólo… ‘Granjero’ tío… —notaba la boca seca, pastosa.— ¿Qué estás… que estás haciendo amigo?

— Eso no es de tu incumbencia ‘limpio’, te he dicho que te vayas.

— Vamos Jim, tío, deja eso quieto y ven con los demás —conseguí ponerme de nuevo en pie y me acerqué muy despacio a él.— Bocas está contando chistes como siempre, Gable se ha echado un ligue que da miedo verlo y tenemos bebida para hartarnos… Mira, aquí tengo una botella, podemos compartirla, ¿eh? ¿Qué me dices?

— Por mi puedes seguir bebiendo y follando cuanto quieras, no quiero aguarte la fiesta.

Aquello me enfureció.

— Venga Jim, no me jodas. Por mi se pueden ir al infierno todas las botellas y todas las putas de Saigón. —notaba que empezaba a faltarme el aire.

Lo siguiente que escuché fue el sonido del rifle cargando la bala en la recámara.

— Joder, … tío háblame, dime algo, somos colegas… piensa en Teresa tío, piensa en ella. 

Ya tenía los ojos entrecerrados esperando el sonido del disparo. Pero lo que escuché fue el sollozo de un niño, un niño grande.

— Alan, no me hables de ella por favor, no me hables de Teresa— volvió a sollozar con fuerza y noté como le temblaba la voz.— ¿Sa… sabes cuántas veces, cuantas malditas veces la he deshonrado desde que llegamos? —empezó a gritar —¿Sabes cuántas, Alan?

Aquello me pilló de sorpresa y no pude evitar pensar en Lana. Me sacudí la cabeza tratando de alejar esa imagen.

— Jim, todo esto no es cómo pensábamos. La guerra te cambia hombre. —hice una pausa para meditar mis palabras —Mira, yo también he engañado a Lana, pero, pero… ellas tienen que entenderlo, no saben lo que es estar aquí. No han visto lo que nosotros.

— ¿Y eso las hace culpables? ¿Nos da derecho lo que hemos hecho a hacerles eso?

Su voz ya no sonaba quebrada, sino que estaba llena de ira.

— ¿Y sí lo único que merecemos por esto es el infierno?— continuó —¿Crees que por matar unos cuantos chinos y follarte a sus mujeres eres un héroe?

No le contesté. Ya estaba suficientemente cerca para intentar quitarle el rifle. En ese momento se giró y me vi frente al rostro de mi amigo que seguía con el rifle en dirección a su cráneo.
El ‘Granjero’ me miró con los ojos entrecerrados. Podía ver sus ojeras, enormes mares morados que parecían devorar poco a poco su expresión. Me sorprendió verlo tan envejecido, ¿hacía cuánto estaba así?

— `Limpio’, si de verdad crees eso es que no sabes una mierda.

Por primera vez sonaba cansado.

— Jim, `Granjero´, amigo… todavía podemos… —No podía dejar de mirar sus ojos, ajusticiando cada palabra que salía de mis labios —podemos hacer las cosas bien. Tenemos que ir a tu pueblo tío; siempre me has dicho que es increíble, ¿Es que no me lo vas a enseñar?

‘El Granjero’ se puso en pie y miró de nuevo a los oscuros árboles que poblaban la jungla.

— No podemos, amigo mío, no podemos… ya no.

Cuando volteó de nuevo la cabeza hacia mí, las lágrimas habían vuelto a hacer acto de presencia.

—¿Te acuerdas del valle, ‘limpio’? —me preguntó con ríos salados inundándole la cara. —¿Te acuerdas del puto valle?

Claro que me acordaba. Todos nos acordábamos de la batalla del valle de Ia Drang. Había pasado casi un año, pero seguía siendo una pesadilla, oscura y turbia, como el amargo café vietnamita, llena de ruido de helicópteros y sobresaltos de mortero. Muchas noches aún veía el barro saltando por los aires y me descubría mirando de un lado hacia otro con la sensación de no saber hacia donde correr. Y luego estaba el olor. Una mezcla de vómito y azufre, lo que todos llamaban napalm, el diablo que lo quemaba todo. Los golpes del casco mal atado, zumbando en mis oídos como un maldito mosquito siempre conseguían despertarme. Era entonces cuando empezaban a temblarme las manos y el corazón latía tan fuerte que parecía que iba a pararse de quedarse sin gasolina. Era una sensación horrible que sólo desaparecía tras varios sorbos de bourbon barato.

— Claro que me acuerdo, Jim. —Se me hizo un nudo en la garganta. —Esas cosas no se olvidan.

Mi compañero se dejó caer de nuevo, abatido, sobre el tocón.

— Hay algo que no sabes Alan. Algo que le prometí a Teresa que nadie sabría, al menos no hasta que nos casáramos.

Decidí sentarme frente a él y escucharlo pacientemente. Aún tenía el rifle cargado y no hubiera sido un movimiento inteligente tratar de quitárselo.

— Te escucho Jim, puedes estar seguro que nadie lo sabrá…—me detuve un instante — …ni los chicos, ni tampoco se lo diré a Lana. Nunca.

Jim esbozó una leve sonrisa de satisfacción.

— Eso no importa ya, no importa en absoluto.

Aquel granjero de Colorado carraspeo la garganta y me miró con tristeza. Hacía frío y los grillos inundaban el ambiente con leve cantar. Saigón nunca había parecido tan vacía.

— La primera noche que estuve con Teresa, ya sabes, la de la furgoneta... ella se quedó preñada.

Un pequeño suspiro se escapó de mis labios. Aquello no pintaba nada bien.

— Me alisté antes de que naciera, Alan, ni siquiera he podido verla. —tragó saliva y se le escapó otra lágrima. —Ya debe tener un año… Estella se iba a llamar. Mi pequeña Estella.

— Si, Jim, tu pequeña Estella. —le dije con la esperanza de que se calmase.

Se río casi en silencio, parecía que se estaba imaginando a la pequeña.

— Sí, mi pequeña Estella. No me iba a pelear yo con los golfos del pueblo…

— Golfos como tú. —repliqué tratando de suavizar el ambiente.

— Golfos como yo, sí. —sacudió la cabeza contrariado —Pero no, eso no va a pasar ya, Alan, ya es tarde para eso.

Se levantó de golpe y se dio la vuelta. Empezó a caminar hacia la oscuridad sin que tuviera tiempo de agarrarlo.

— ¡Jim no te vayas, joder! ¡Todavía no… todavía no hemos acabado de hablarlo!

Le gritaba con tanta fuerza que noté un vibrar violento en mi garganta, como si un maldito escorpión se hubiera colado y me estuviera inundando las cuerdas vocales con su veneno.
James Woodsbury se dio la vuelta por última vez y me miró inquisidor.

— ¿Sabes a cuántos has matado este año Alan? ¿Y cuántos de los nuestros han muerto? ¿Cuántos se quedaron en el jodido valle?

— Sabes muy bien que sí —mordí mi labio inferior con fuerza hasta que sentí el sabor dulce de la sangre en la lengua.

— Pues entonces también sabrás que en nombre de la libertad y su puta madre nos hemos cepillado familias enteras. —hizo una mueca de asco y escupió al suelo. —He visto a niños calcinados, Alan, calcinados. Aunque tengan los ojos achinados y se llamen Taipei o Chu Wan, también son los hijos de alguien. Alguno tenía la edad que tendrá Estella ahora.

Levantó el brazo que no sostenía el rifle y me señaló con el dedo.

— ¿Cómo voy a poder coger en brazos a mi niña ahora, eh?, ¡Vamos dímelo!

No le dije nada.

Él me volvió a dar la espalda y siguió caminando.
Mientras se alejaba me di cuenta de que yo también estaba llorando. Las palabras del granjero inundaban mi mente, como espadas clavándose en mi blando cerebro. El sabor agrio del alcohol me daba ganas de vomitar. 
Busqué con la mirada a Jim. Cada vez estaba más lejos, ya casi no podía verle. Notaba la bilis subir por la garganta y tenía que parpadear constantemente para saber si seguía despierto.

Simplemente no lo pensé más. Agarré la botella que minutos antes había caído a mi vera y la lancé con todas las fuerzas que encontré.
El revelador sonido del cristal estallando fue lo último que oí antes de perder la consciencia.


Cuando me levanté estaba en mi litera y Gable me ponía un paño de agua fría en la cabeza.
Me levanté de un salto y le pregunte por Jim. Me dijo que se recuperaría, que sólo eran unos puntos y en qué coño estaba pensando yo para tirarle una botella al pobre granjero.

— Ahora tienes que descansar tú, que la bebida y las pastillas parece que te están haciendo perder un poco la cabeza. —me miró arqueando las cejas y poniendo una enorme sonrisa pícara. —Mira que te tienes que recuperar que no te lo has conseguido cargar.

Me tumbé sin decir palabra. No hubiera sabido que decirle. Sólo quería que se marchara. Por suerte no tardó mucho en hacerlo, dejándome solo en aquel mar de sábanas infinitas.

Me miré la mano. Temblaba como un terremoto. Me la apreté entre los dientes hasta que el daño fue insoportable. Traté de imaginarme en el desfile de los héroes y en el orgullo de Lana, en nuestro viaje a Colorado y en la boda de Jim.

Todo olía a vómito en aquel barracón. Incluso los sueños.

Mi último pensamiento antes de quedar dormido fue que podían meterse la carta de felicitación por el culo. Sólo queríamos volver a casa.

9 comentarios:

  1. Muy bueno. Sigues teniendo la facultad, virtud o lo que sea, de trasladar al que lee el relato al sitio, invadir de emociones y enganchar hasta el final

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  2. He aparcado a Arturo Barea para leer este relato tuyo y no me has decepcionado ¿Llevas en esto ocho años? Si ya te veía yo oficio...

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  3. Gracias Rafa. Me alegra mucho que te haya gustado y que hayas recuperado este en concreto que fue mi primer relato algoo más 'complejo'. Por cierto, no soy mucho de pillar indirectas (uno que es lento), por lo que no entiendo lo de los ocho años... En esto llevaré tres nada más.
    Un abrazo, Rafael. Espero leerte pronto. ¿Tienes blog? Si no lo tienes, hazte uno, que tu también tienes oficio y mucho que ofrecer a los lectores.

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  4. Alejandro, no es indirecta. Lo de los ocho años lo comentas en la estupenda presentación del relato "mirando escritos de hace siete u ocho años" dices, supongo que tres años te refieres con el blog...por cierto, acabo de releer el relato y me ha parecido aun mejor: planteas la escena final a comienzo del relato, colocas al lector en el contexto que ha llevado a la situación y finalizas con un dialogo de una intensidad brutal y con mucha técnica narrativa. Y cero tópicos, aun cuando te mueves en un ambiente desconocido. Magistral.

    Lo que me comentas de que me habra un blog te lo agradezco sinceramente, es elogioso, pero es que yo acabo de llegar a esto de escribir. Y peor todavía... ¡acabo de llegaría esto de leer! A mis 45 años casi me de vergüenza decir que no había leído literatura en mi vida, solo libros de historia, pensaba que si un libro no transmitía conocimientos tecnicos, leerlo era perder el tiempo. Por pura casualidad, estando hace dos veranos en un hotel sin nada que leer, un amigo me dijo "te puedo dejar un libro, Crónica de una muerte anunciada". Pensé que eso mejor que nada y comencé la lectura... el efecto, te lo puedes imaginar.

    Quede fascinado y empecé a intentar recuperar el tiempo perdido, siendo como soy un analfabeto literario. No obstante, todo tiene su lado bueno. Como casi empecé a leer y a escribir a la vez, leo buscando aprender a escribir yo mismo, y eso hace que disfrute mucho de las lecturas y vea cosas que, de otro modo, no me fijaría en ellas.

    Mi extensa obra literaria consta de cuatro relatos, los has leído todos. El primero que hice fue el de ines y el ultimo el de salta, el en que, como tu en este, traté de experimentar con los diálogos como base del relato.

    En fin, que estoy en nivel inicial de escritura, pero con muchas ganas de aprender y con ilusión. Y en ese camino, se agradece de verdad el apoyo de los demás compañeros que escriben en la ventana. Parece un ambiente sano, de gente que simplemente disfruta con lo que hace y que acoge con los brazos abiertos a los que nos asoman de vez en cuando.

    Un abrazo, Alejandro, y perdona si me he contado mi vida.

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    1. Rafa, antes de nada, decir que me emociona mucho de lo que cuentas, porque, en algunos puntos, me siento identificado contigo.
      Primero, decirte que es verdad lo de los ocho años (no me acordaba ya de la entradilla), lo que pasa es que no escribía literatura, sino guiones, porque empecé en el mundo del cine. Con los cuentos empecé en serio hará algo más de tres años y no tengo muchos relatos, así que no te agobies por tener sólo cuatro, que creo que llevas buen ritmo.
      Con lo que te quiero decir que me siento identificado es con lo de la lectura. Y es que siempre me ha faltado paciencia para la lectura, y toda mi cultura narrativa viene del cine, con lo que eso conlleva. Inevitablemente me falta algo de técnica por no acercarme más a la literatura. Así que, a analfabeto literario, creo que no me ganas.
      Y con lo que estás a nivel inicial, pues me sorprendes. Si empiezas ya a ese nivel, yo te auguro mucho futuro. Mis primeros escritos (que no me he atrevido a publicar), están bastante lejos de cualquiera de los tuyos. Vamos, que me quito el sombrero, jamás hubiera pensado que eras un novato. Encuentro que sabes contar y consigues involucrar en lo que escribes. Sabes que me encantó tu "Salta", un gran texto que alguno no supo entender, y me enterneciste con la pequeña Inés y me llenaste de intriga con la pirámide.
      Pues eso, que me descubro ante tí. Cuando lleves veinte relatos, nos vas a mirar a los demás por el retrovisor. Y que conste que no es peloteo, que de eso está lleno internet y a mi no me gusta nada.
      Lo dicho, un abrazo, Rafa. Cuando tengas ganas deberíamos ponernos a escribir algo juntos al estilo de las vacaciones de verano.
      Y gracias mil por tus comentarios.

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  5. Creo que te has colado en la facultad de psicología y no nos lo has dicho, je, je. Describes lo que se llama "estrés post-traumático" de manera magistral y encima lo revistes de esos personajes tan humanos que parece que te los hayas encontrado y nos cuentes sus vidas. Decirte que me ha encantado es decir muy poco, Alejandro. Un beso muy fuerte

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    1. Gracias Ana. Me alegro que te haya gustado. Fue mi primer relato "grande", y le tengo mucho cariño. Y desde ya, mi más sincero aprecio por tus continuas y agradecidas lecturas. Un beso fuerte.

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  6. Eres tremendo, Alejandro. Un escritor cojonudo. Es difícil emocionarme, pero tú lo has logrado con ese gran diálogo entre Limpio y Granjero. Y luego has hecho que soltara una pequeña carcajada, liberando así la angustia de mi pecho, cuando se descubre que el prota le dio con la botella e impidió que se suicidara. Un toque de humor excelente en el momento exacto. Nos narras con sentimiento y credibilidad la historia de un grupo de soldados del Vietnam, en especial la relación de dos de ellos desde que entraron en filas. Nos conmueves con cada palabra impregnada de nostalgia y cierto dolor del narrador y con esa dura reflexión de Jim, una reflexión desgarradora que toca directamente en el alma del lector. Por suerte, ese acto irracional de Alan no logra ese final trágico... aunque en realidad, todo fue una gran tragedia.
    Un abrazo, Compañero.

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    1. Gracias Ricardo. Tus palabras significan mucho, especialmente porque me dices que te emociona el diálogo, que es para mi lo más importante.
      Un abrazo, amigo. Nos vemos.

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