miércoles, 14 de enero de 2015

Colaboraciones: CUESTIÓN DE NARICES de David Martín García

"Big nose!" by Valerie (CC BY-ND-NC)
"¿Tengo la nariz grande, mamá?" preguntaba el ingenuo Brian (Graham Chapman) a su masculina madre en la genial película "La vida de Brian". "Oh, deja de pensar en el sexo. Siempre estás igual, ¿les gustará a las chicas?, ¿Es demasiado grande, demasiado pequeña?..."le contestaba ella con voz cavernosa. Y el pobre chico ponía cara de circunstancia, acomplejado de veras por el tamaño de su narizota.
Como a Brian, el personaje de este relato que nos trae David Martín, también sufre de complejo nasal. Pero, también como Brian, irá viviendo un periplo en el que se descubrirá a sí mismo, conocerá las amarguras de las flechas de cupido e incluso, será perseguido por fanáticos religiosos. ¿Coincidencia? ¿Casualidad? ¿La segunda venida de Brian?
Dejando de lado la broma, sólo recomendaros que leáis este divertido cuento, que sí, tiene ese aroma Python, pero, en el fondo es puro David Martín. Así que si tenéis ganas de unas risas, ya estáis tardando.

Y además, con esta historia, damos por finalizada la saga de las seis palabras. Gracias Ángel, Eugenia, Fernando y David, por dejarme mostrar vuestros maravillosos personajes en este blog. Nos vemos en el siguiente juego literario.

P.D.: Estos días está habiendo poco movimiento en el blog. Os pido un poco de paciencia que ahora es un momento complicado para tener esto actualizado. A partir de mediados de febrero espero meterle caña.

Seis Palabras (y IV) - "Cuestión de narices" de David Martín García

Todo comenzó con la perfecta rinoplastia que redujo a una dimensión y forma normales mi colosal y amorfo naso. A todo el mundo le metí la misma bola, que lo hacía porque me constipaba mucho, que no respiraba bien y toda esa zarandaja, pero la realidad era bien distinta. Me avergonzaba ver cada mañana frente al espejo esa flácida protuberancia que ocupaba media cara.

Tras la exitosa operación, noté cómo crecía la confianza en mí mismo. Me sentía más atractivo, más guapo, más seductor. Resulta curioso lo poco que hace falta para aumentar o disminuir la confianza en uno mismo y el reflejo que ello puede tener en aquellos que te rodean. Sin convertirme de la noche a la mañana en un adonis, mis relaciones con las mujeres mejoraron considerablemente y pude dejar a un lado una de mis etapas vitales más penosa, caracterizada por un onanismo salvaje y una enfermiza introspección.

De esa época de soledad y tristeza, pasé a otra diametralmente opuesta de exultante alegría y plena de relaciones con diferentes personas. Me sentía tan vigoroso, exultante y lleno de confianza que sobrepasé el límite de esta última y me transformé en una persona soberbia que trataba a los demás con cierta condescendencia y altivez. Los problemas y sentimientos de mis semejantes me resbalaban. Sólo los utilizaba para obtener un placer personal. Del onanismo y la soledad había pasado al egoísmo y la lujuria.

Sin embargo, un día me topé con la horma de mi zapato. Eduvigis era una mujer tremendamente atractiva y sensual. Sabía utilizar todos sus encantos para atraerte y, una vez atrapado en su pérfida red, no había forma humana de escapar. Me cazó fácilmente a mi pesar y me encontré, sin saber muy bien cómo, enganchado a esa mujer fascinante pero fría como el hielo e insensible a la pasión que sentía por ella. Cuando no estaba a su lado, las dudas, los celos y la rabia me consumían. Luego, cuando la convencía para quedar, mi actitud era de completa sumisión. La congoja por temor a perderla para siempre me había convertido en un esclavo de la sin par Eduvigis.

Y ese miedo a que se me escapara de las manos tenía un fundamento sólido, que se demostró a los pocos meses de conocerla, pues un día desapareció súbitamente. Me quedé hundido en la miseria. Todo carecía de sentido y pensé que no merecía la pena continuar con una existencia que, en aquel momento para mí, resultaba completamente absurda. De esta manera, y cuando todo parecía precipitarse para mí en un dramático final de mis días, otra persona se cruzó en mi vida. Esa persona me hizo creer, esa persona me hizo volver a valorar mi presencia en este mundo a veces tan ingrato e ilógico. Esa persona me hizo conocer en toda su dimensión el significado de la palabra gratitud.

Y agradecido estoy aún hoy a Eduardo, el tipo que se me acercó esa mañana de domingo en que, tumbado en un parque y con las muñecas enrojecidas, aguardaba a que la parca se hiciera cargo de mí. Todavía hoy lo recuerdo acercarse borroso a mí con el escapulario puesto y pidiéndome a gritos que aguantara un poco más. Hoy mi vida vuelve a tener sentido con mi nueva familia. Hoy, con Eduardo y con otros compañeros, he podido dejar atrás el onanismo, la lujuria desenfrenada y la depresión. Hoy soy otro, hoy creo y mi nariz sigue siendo perfecta. 


2 comentarios:

  1. Hola Ale!
    Está muy bien la historia. Aunque para un ateo como yo el final te deja una sensación extraña...
    Un abrazo,
    David

    ResponderEliminar
  2. Gracias David. Traslado tu felicitación al autor, que además es tocayo tuyo.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar